España, hueles a mansedumbre y miedo
Cuando la esperanza deja de habitar en el corazón para deslizarse húmeda y salada por las mejillas.
Cuando
la rabia empuja al estómago con sus brazos ígneos hasta situarlo,
mejor dicho, hasta atrancarlo en la garganta.
Cuando
en la nuca se dibuja la huella de una bota.
Cuando
la risa de los que tienen su pie metido en ella la percibimos con
mayor intensidad que las protestas de aquellos que les sirven de
alfombrilla y hasta de escupidera.
Cuando
el verbo “perder” ya carece de cualquier complemento directo y
los de “ganar” son justicia y dignidad.
Cuando
el presente se asemeja más al pasado lejano que al reciente.
Cuando
pensar en el futuro se antoja inútil y estúpido porque el ahora nos
está matando.
Cuando
en cada manifestación hay policías infiltrados.
Cuando
abrir la boca o levantar los puños durante las mismas es razón
suficiente y legalmente justificada para que te hundan una porra en
el vientre.
Cuando
perder un ojo o la vida por un pelotazo de goma salido del arma
reglamentaria de un miembro de las fuerzas de seguridad de Estado no
es razón para nada.
Cuando
nos explican, sin el menor sonrojo, que Gandhi también habría sido
esposado y detenido por permanecer pacíficamente sentado.
Cuando
cada respiración nos anega los pulmones de amargura y la boca de
bilis.
Cuando
la tauromaquia viene a ocupar el espacio que fue robado a la
educación o a la cultura y nos exigen que la defendamos orgullosos.
Cuando
los principales medios de comunicación se convierten en gacetillas
al servicio de La Corte
Cuando
un Rey, como persona y como Institución, se transforma en el primer
transgresor de aquellos principios inquebrantables que con su firma
refrenda.
Cuando
en un País que se declara como democracia participativa la Monarquía
es una imposición incuestionable.
Cuando
en las calles la sombra de cada paseante, caminando ante los cierres
bajados de pequeños negocios y abiertos de bancos privados y bien
inyectados de unas ayudas que eran para los más desprotegidos, es
una mancha oscura de tristeza, desesperanza y miedo.
Cuando
buscar comida en un contenedor se ha convertido en un delito.
Cuando
los verdaderos culpables del hambre están más empachados que nunca.
Cuando
tantos esperamos a que alguien haga algo sin comprender que ese
alguien también somos nosotros.
Cuando
nos toman por esclavos, por cobardes, por idiotas, y con el rostro
aplastado contra el suelo bajo el peso de aquellas botas del
principio nos damos cuenta que, efectivamente, somos serviles,
mansos, pusilánimes e imbéciles, es porque sin duda es el
momento de escoger la única, sí, la única alternativa posible para
no seguir sumando “cuandos”: la rebeldía, el “hasta aquí
hemos llegado”, el “no seguiremos siendo cómplices y víctimas a
la vez”, el “NO pasarán”.
¿Qué
esa decisión implica sacrificio y hasta dolor? Es cierto, pero
también en verdad que ahora padecemos ambos y lo hacemos para que
otros, nuestros verdugos, sean los exclusivos beneficiarios de
nuestros quebrantos.
España,
¡DESPIERTA!, hazlo so pena de que tus hijos tengan que buscarte en
una cuneta como a sus bisabuelos. Pero con la diferencia de que al
abrir sus fosas emane un olor a coraje y de las tuyas exhale un hedor
a sumisión.
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